Los dias 16, 17 y 18 de junio de 2025, Zaragoza se convirtió en mucho más que un punto en el mapa: fue latido y foro, crisol de ideas, y terreno fértil para una conversación largamente aplazada. El Primer Encuentro Nacional de Festivales de Cine reunió en la capital aragonesa a más de 150 profesionales y representantes de 70 festivales de toda España con una misión clara: repensar el papel de los festivales en el ecosistema audiovisual contemporáneo, fortalecer vínculos, y construir futuro desde el entendimiento mutuo.
Este hito no surge de la nada. Es el fruto de una voluntad compartida de mirar más allá del evento individual, del calendario particular, y del foco momentáneo. Se trata, en cambio, de imaginar una estructura común, una suerte de federación o alianza que permita compartir recursos, retos, estrategias y aprendizajes. Una visión coral del cine como motor cultural, económico y social.
La importancia de parar y pensar juntos
Vivimos en un momento de cambio acelerado. Las formas de producir, distribuir y consumir cine se han transformado radicalmente en los últimos diez años. En ese contexto, los festivales se han consolidado no solo como escaparates de obras independientes o miradas arriesgadas, sino como espacios de resistencia, creación de públicos y cohesión territorial.
Sin embargo, hasta ahora, cada festival ha navegado estas aguas por su cuenta. La falta de una voz común, de canales de interlocución estables con las administraciones, y de herramientas compartidas, ha dificultado una visión de conjunto. El Encuentro de Zaragoza ha querido remediar eso: crear una comunidad consciente de su diversidad, pero también de sus intereses comunes.
Durante tres días, se sucedieron debates, ponencias, mesas redondas y sesiones de trabajo. Se habló de todo: de la financiación pública y privada, de los desafíos de la descentralización, de la urgencia de integrar la sostenibilidad real (no solo estética) en los modelos de festival, de accesibilidad, de innovación tecnológica, de comunicación, de profesionalización, y —muy especialmente— del papel fundamental que los festivales juegan en la educación cinematográfica y la creación de nuevos públicos.
Una ciudad que acoge y proyecta
Zaragoza no fue un mero anfitrión logístico. Fue parte activa del relato. La elección de la ciudad no fue casual: desde hace años, la capital aragonesa ha sabido posicionarse como un eje central del audiovisual nacional, apoyando no solo a producciones cinematográficas, sino también al tejido de festivales que habitan su territorio.
Certámenes como el Festival de Cine de Zaragoza, el Saraqusta Film Festival, Ecozine, el Festival La Mirada Tabú, Scife, o el Zinentiendo, han demostrado que Zaragoza no solo exhibe cine, sino que lo cultiva, lo piensa, y lo integra en la vida urbana. A esto se suma el trabajo articulado desde la Zaragoza Film Office, la Aragón Film Commission, el Clúster Audiovisual de Aragón y entidades como la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento, motores clave de esta iniciativa.
Y hay algo más: Zaragoza ofrece lo que tantas veces escasea en grandes capitales —espacio, tiempo y sentido de comunidad—. Aquí se pudo hablar con calma, escuchar con atención, y construir sin prisas. En tiempos de velocidad, eso también es revolución.
Primeras conclusiones y horizonte Málaga 2026
Uno de los acuerdos fundamentales del Encuentro ha sido la elaboración de un documento de conclusiones y propuestas que será presentado oficialmente en el Festival de Málaga 2026, con vocación de continuidad y voluntad de institucionalización. Este informe recogerá las reflexiones surgidas en Zaragoza y planteará un modelo de coordinación entre festivales que, sin uniformar ni jerarquizar, sí establezca cauces de colaboración y representatividad.
Entre las ideas que ya se perfilan están la creación de un observatorio de festivales en España, el impulso de códigos de buenas prácticas comunes, la búsqueda de alianzas estratégicas con otros sectores culturales, y la creación de una plataforma digital compartida para dar visibilidad y facilitar la interacción con públicos y profesionales.
Asimismo, se planteó la necesidad urgente de fortalecer la relación con las administraciones públicas —locales, autonómicas y estatales— para que los festivales dejen de ser considerados eventos aislados y pasen a ser reconocidos como infraestructuras culturales con impacto sostenido y medible.
Un encuentro, muchas voces, una voluntad
Más allá de las cifras o las ponencias, lo que se vivió en Zaragoza fue un acto de voluntad compartida. El reconocimiento de que solos se avanza rápido, pero juntos se llega más lejos. Cada festival que acudió —desde los más consolidados hasta los más recientes, desde los especializados en documental, cine fantástico, cine social, juvenil, rural o experimental— aportó su visión, su experiencia, sus preguntas.
Este Encuentro ha sido también una llamada a la empatía profesional, a reconocerse en el otro y a abandonar viejos recelos. Porque al final, todos comparten una misma misión: llevar el cine a los públicos, generar pensamiento crítico, construir comunidad.
Como apuntaba uno de los asistentes, “cuando uno programa un festival, está dialogando con su época”. El cine, en pantalla grande, compartido, comentado, debatido, sigue siendo uno de los últimos rituales colectivos que nos quedan. Y los festivales, más que programadores, son guardianes de ese fuego.
Epílogo: la red ya existe
Zaragoza ha hecho posible algo más grande que un encuentro: ha puesto en marcha un movimiento de cooperación sin precedentes en el cine español. Y aunque el camino apenas comienza, ya se ha dado el primer paso. Málaga será la próxima parada, pero lo que se ha tejido aquí —entre paseos por el Casco Histórico, debates apasionados en salas repletas, y cafés compartidos en los márgenes de las jornadas— es algo más duradero: una red viva, plural, consciente de su fuerza y de su fragilidad.
Como el buen cine, este Encuentro no ha buscado respuestas fáciles, sino las preguntas necesarias.
Y eso, en sí mismo, ya es un final feliz.