Cuando el asfalto se convierte en escenario y una bicicleta en símbolo de resistencia, nace una película urgente, cargada de humanidad: Rider.
Zaragoza: el nuevo tablero del thriller social
Las calles de Zaragoza no solo han sido escenario, sino personaje en Rider, el más reciente largometraje de Ignacio Estaregui. Este director aragonés, conocido por abordar temáticas sociales desde una óptica humanista y cercana, construye aquí un thriller sobrio y efectivo que se desliza por los márgenes de la ciudad y la sociedad.
La cinta se centra en Fío, una joven venezolana que trabaja como repartidora en bicicleta. La noche que retrata la película no es una cualquiera: una entrega fuera de lo común desencadena una espiral de tensión que pone a prueba sus límites físicos, morales y emocionales.
Una protagonista que encarna el presente
Interpretada con intensidad contenida por Mariela Martínez, Fío no es solo un personaje: es la voz de una generación que pedalea contra viento y marea. Inmigrante, estudiante de arquitectura, trabajadora precaria… su figura concentra muchas de las capas que atraviesan a las mujeres jóvenes en la actualidad, sobre todo a las migrantes.
Martínez brilla por su autenticidad, sin necesidad de grandes aspavientos. Su cuerpo y su rostro hablan incluso cuando calla. Y cuando grita, lo hace desde un lugar profundo, lleno de verdad. Su actuación es el corazón palpitante de la película.
Tiempo real, tensión real
Uno de los logros formales más notables de Rider es que transcurre en tiempo real. No hay elipsis. Cada segundo cuenta. La narración se ajusta al ritmo de la bici, al latido del corazón de Fío, a la presión constante del reloj.
El formato aporta una tensión sostenida que recuerda al cine de los hermanos Dardenne, pero con una atmósfera más cargada de suspense. La ciudad se vuelve laberinto y amenaza, con túneles, callejones y luces parpadeantes. Es una Zaragoza nocturna, silenciosa, muy alejada del turismo y la postal.
Un thriller que no se olvida de la realidad
La gran virtud de Rider es que, aun funcionando como thriller, no pierde de vista su contexto social. Aquí no hay policías ni mafias; el peligro es la precariedad, la violencia económica, la soledad, la desigualdad. La tensión no está tanto en qué lleva Fío en la mochila, sino en qué le puede pasar si falla.
Estaregui no subraya, no pontifica. Solo observa con una cámara cercana y sin artificio. El resultado es demoledor. Como espectador, uno siente que acompaña a Fío en su recorrido, que comparte su ansiedad, su rabia, su deseo de salir adelante.
Dirección sobria, mirada humanista
La dirección de Estaregui evita todo exceso. No hay fuegos artificiales ni efectismos. La cámara se mueve como Fío: ágil, pero medida. La fotografía apuesta por una iluminación naturalista que juega con las sombras urbanas. El sonido, a menudo diegético, contribuye a una inmersión completa.
El guion, escrito junto a S. Sureño, logra equilibrio entre el desarrollo dramático y la denuncia social. Cada personaje, por secundario que sea, aporta algo al ecosistema emocional del filme. Especial mención merece el elenco femenino que rodea a Fío: amigas, compañeras, desconocidas que tejen una red de sororidad silenciosa pero poderosa.
Más allá del cine: una declaración
Rider no es solo una película: es una declaración. De estilo, de principios, de compromiso. No busca complacer, sino mostrar. No embellece la precariedad, pero tampoco se recrea en el sufrimiento. Encuentra belleza en la dignidad de quien no se rinde.
Y aunque todo ocurre en una sola noche, Rider se queda contigo mucho tiempo. Porque todos, alguna vez, hemos sentido que pedaleamos solos en la oscuridad, cargando más peso del que podemos. Esta película nos recuerda que no lo estamos.